Una mirada a la Europa que se construye paso a paso, con aciertos y errores, con líderes de talla y con políticos mediocres, nos lleva esta semana a una cierta inquietud. Cuatro de los seis socios fundadores han dejado de ser los impulsores imprescindibles de la Unión Europea ampliada a veinticinco miembros para perderse en trifulcas europeístas internas o en crisis económicas nacionales.
Italia ha entrado oficialmente en recesión en el primer trimestre de este año. Silvio Berlusconi es el primer ministro italiano que más tiempo ha ocupado la presidencia del gobierno en los últimos treinta años. Todo un récord para un político mediático que es el hombre más rico de Italia y que controla buena parte de la opijnión pública publicada y televisada.
Berlusconi está gobernando Italia como si fuera el consejero delegado de una gran empresa. Los resultados son alarmantes si se tiene en cuenta la actual recesión, la falta de competitividad de las empresas y las promesas incumplidas de unas reformas del todo imprescindibles para modernizar la economía productiva.
La derrota socialdemócrata en Renania del Norte Westfalia ha desplazado a la izquierda del land más poblado de Alemania por primera vez en casi cuarenta años. El canciller Schröder no puede seguir gobernando si pierde elección tras elección en sus feudos naturales. Va a provocar una moción de confianza en las próximas semanas, paradójicamente para perderla, y justificar el adelanto de elecciones en el otoño, un año antes de lo previsto.
Se da la circusntancia de que Schröder ha puesto en marcha las reformas estructurales para adelgazar el abusivo estado del bienestar del que tanto se han enorgullecido los gobiernos europeos, ya sean de centro izquierda o de centro derecha. Pero lo ha hecho tarde y de forma insuficiente. Podemos estar ante un nuevo cambio de ciclo en la política alemana con una alternancia que entregaría la cancillería a la democracia cristiana.
El europeismo de Alemania parece garantizado a tenor de un cierto imperativo histórico que inmuniza a este gran país de las tentaciones de dominio en solitario de la Unión Europea. Pero si el gran motor no tiene combustible la máquina puede perder el impulso necesario para acometer los cambios que la ampliación llevará consigo.
Francia celebra el referéndum sobre la Constitución el próximo domingo. Los sondeos bailan entre el no y el si aunque el debate parece que lo ha ganado la duda nacional sobre el papel de Francia en la nueva Europa. El presidente Mitterrand recurría a la vieja expresión de “donner du temps au temps”, dar tiempo al tiempo, porque la naturaleza intemporal de los valores republicanos aguantan todos los contratiempos posibles.
Hay una resistencia francesa a adecuarse a la modernidad que países como Gran Bretaña y España han superado con cierto éxito en los últimos diez años. Sobre Francia pesa el sueño gaullista de ser insensible a las fuerzas que cambian el mundo más allá de sus fronteras. El concepto del general De Gaulle de que la historia de Francia se remonta a la noche de los tiempos no contempla cambios sustanciales en el universo que no pasen por París.
Queda, por fin, Holanda que el primero de junio vota en referéndum la Constitución europea. Los sondeos dan mayoría al no. La repercusión de una negativa holandesa no sería igual que un no de Francia. Pero si la moderna, multicultural, abierta y acogedora Holanda dice no será un frenazo a la Unión Europea.A pesar de la confusión y debilidad de cuatro de los socios fundadores, no hay vuelta atrás. A no ser que las voluntades nacionales se impongan sobre la supranacionalidad de la Unión.
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