En la magnificencia del salón de San Andrés, que ha conocido los misterios e intrigas que han fascinado al mundo durante siglos, se producía ayer el relevo del tercer presidente de Rusia desde que la Unión Soviética saltó por los aires en 1991.
No conozco un complejo arquitectónico en el que el poder haya circulado con tanta insidia por los rincones, iglesias, salones y cámaras privadas que se amontonan en la fortaleza del Kremlin.
Ayer, Dmitry Medvedev, 42 años, era proclamado presidente con toda la pompa recogiendo el poder de Vladimir Putin, 55 años, que abandona la presidencia pero ya ha sido designado primer ministro.
El debate inacabable entre el senador Obama y la senadora Clinton nos puede parecer interesante pero cansino. Lo que ocurrió ayer en el Kremlin tiene mucha más relevancia porque Rusia ha condicionado y condiciona la política del mundo desde hace dos siglos.
Y sabemos poco sobre el nuevo y enigmático presidente, Dmitry Medvedev, que ha prometido extender las libertades económicas y civiles de los rusos. Sabemos que fue designado por Putin que pretende seguir siendo el auténtico poder en el Kremlin. No en la sombra sino a la luz del día.
Las libertades que anuncia Medvedev no se han respetado con la detención ayere de sospechosos de manifestarse en la Plaza Roja apoyando al dirigente de La Otra Rusia, el partido fundado por el Garry Kasparov, ex campeón mundial de ajedrez.
Rusia tiene lo peor de varios mundos. Quiere ser europea periódicamente y se vuelve asiática cuando le conviene. La civilización rusa es un producto de sus raíces primitivas en Kiev, Ucrania, Moscú, el imperio bizantino que le haría autoproclamarse como la Tercera Roma y largos siglos de control mongol.
A pesar de su inmensidad territorial, quizás a causa de ella, Rusia tiene un estado débil y unos instintos maquiavélicos demasiado fuertes. Produce sorpresas.
A los europeos nos ha fascinado siempre Rusia. Tanto si estaba fuerte como si era débil. Es célebre el comentario de Churchill al describirla como una adivinanza envuelta en un misterio dentro de un enigma. Se puede observar hoy la grandeza decadente de la vieja Rusia y la herencia triste de la era soviética.
Pero siempre está ahí, velando por sus fronteras borradas pero no olvidadas, entre el modernizador Pedro el Grande y el Politburó de los soviets, desde Nicolas II y Stalin, Breznev y Gorbachev, desde Eltsin y Putin desembocando en Medvedev.
Rusia se ha liberalizado pero no se ha democratizado. La liberalización está en manos del viejo sistema y de los sucesores de los que mandaron en el Kremlin a lo largo del siglo pasado. No es una amenaza militar como en los tiempos de la guerra fría. Pero su energía es imprescindible para la vida económica de Europa. Ahí está su fuerza hoy.
miércoles, mayo 07, 2008
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6 comentarios:
Sr.Foix: En Rusia uno puede comprar las famosas muñecas matrioscas, pero en lugar de con cara de muñecas te las venden con las caras de Putin y Yeltsin hasta la de los zares, ahora tendrán que añadir una nueva muñeca y una nueva cara, la de Medvedev, es curioso lo fácil que resulta entender la política cuando se transforma en juguetes. Por cierto Sr.Foix, con el Barça podriamos hacer lo mismo y encargar unas matrioscas con las caras de los presidentes o entrenadores, entenderiamos muchas cosas; lo que más me ha molestado de la derrota del Barça esta noche con el Madrid no es el resultado,ni la actitud de algunos jugadores, lo que más me ha molestado es que además les estaba lloviendo a mares y por aquí con el botijo vacio...
El Barça lo que tiene que hacer es fichar ahora a Putin como entrenador y al jugador que se desvie,zas, Polonio.
E.Dalmau.-
La Rusia actual tiene más peligro, ha soltado lastre y ahora controla mejor.
Un saludo,J.Vilá.
Lluís, Putin me daba miedo,Medvédev me produce escalofrios.
///ENRIC///
Lo de las muñecas me parece muy bien, lo podríamos poner en nuestro país y nos evitaríamos muchas sorpresas. Pero el Barça no tiene remedio.
Sr Foix:De momento se ha nombrado varias veces a Medvedev en este blog y todavía no ha pasado nada...quizás no sea tan terrible como el innombrable.Un saludo
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