miércoles, marzo 16, 2005

Juicio a la burbuja

Bernie Ebbers ha sido declarado culpable de la mayor quiebra de la historia de Estados Unidos. El veredicto ha supuesto un contratiempo inesperado para este hombre que empezó como entrenador de baloncesto en Mississippi y había llegado a controlar la gigantesca empresa de telecomunicaciones WorldCom que disparó desproporcionadamente los valores en bolsa causando grandes perjuicios a los accionistas.

Bernie Ebbers fue una celebridad en los años noventa como un ejemplo de astuto financiero que había encontrado los secretos de los nuevos negocios de tecnología punta que multiplicaban los beneficios hasta límites insospechados. El escándalo de los delitos de guante blanco fue descubierto hace cuatro años poniendo en entredicho la confianza de los inversores en las grandes empresas. Ebbers se enfrenta a veinte años de prisión cuando la sentencia se haga pública en el mes de junio.

De este escándalo que ha dado la vuelta al mundo en las últimas horas se deducen prácticas delictivas en una de las más emblemáticas empresas de comunicaciones de Estados Unidos. También se puede desprender que las grandes corporaciones tecnológicas americanas han estafado a sus accionistas en unos tiempos en los que la industria de la comunicación se presentaba como el Dorado del capitalismo americano.

Pero hay otra manera de ver este gran escándalo que consiste en la actuación de la justicia que se ha pronunciado finalmente aunque sea con cuatro años de retraso. Que hay corrupción en el sistema de gestión de las grandes empresas americanas no es un fenómeno nuevo. Como tampoco es nuevo que los tribunales actúen cuando hay indicios racionales de delito.

El escándalo de WorldCom y de otras empresas del sector tecnológico, Enron entre ellas, fue un duro golpe para la credibilidad de las grandes corporaciones de Estados Unidos. El presidente Bush puso en marcha un dispositivo legal para detectar prácticas fraudulentas en la llamada ingeniería financiera de ejecutivos que habían inventado sutiles formas para aumentar artificialmente el valor de sus activos.

El sistema liberal capitalista comporta peligros para la transparencia de las economías desarrolladas. Siempre ha sido así. Pero el sistema sólo puede salir del círculo vicioso de posibles circuitos de corrupción si la opinión pública es conocedora de los hechos y la justicia actúa convenientemente. Los magos de las finanzas crearon una gran burbuja tecnológica, multiplicaron sus beneficios y prometieron resultados que sólo eran virtuales. Fue un gran engaño que ahora es juzgado.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Dice Galbraith que dos son los factores que contribuyen a sustentar los insensatos episodios de euforia financiera: la extrema fragilidad de la memoria en tales asuntos y la engañosa asociación, en el imaginario colectivo, entre dinero e inteligencia.

En su último libro, La economía del fraude inocente, el viejo profesor -nadie le discutirá el título a sus 97 años- arremete contra otro de los grandes mitos de la ortodoxia: el de la creencia en una economía de mercado en la que el consumidor es soberano y los propietarios de la empresa rigen su destino:

"Que nadie lo ponga en duda: en cualquier empresa suficientemente grande, los accionistas, esto es, los propietarios, y sus supuestos representantes, los miembros del consejo de administración, están subordinados por completo a la dirección."

Y añade, en sintonía con el comentario de Foix de hoy:

"Nuestra principal esperanza reside en el pleno reconocimiento por parte del público y de las autoridades de que el poder de los directivos les proporciona una oportunidad para comportamientos socialmente indeseables.
(...)
Controlar el poder corporativo es uno de nuestros mayores retos y, dadas sus dimensiones, una de nuestras necesidades más urgentes."


Brian

Anónimo dijo...

El presidente Bush puso en marcha un dispositivo legal para detectar prácticas fraudulentas en la llamada ingeniería financiera de ejecutivos que habían inventado sutiles formas para aumentar artificialmente el valor de sus activos.

¡A Dalí le hubiera encantado esa frase!