Cada 11 de noviembre, a las 11 de la mañana, las campanas del Big Beng dan las horas mientras la Reina, el primer ministro, los líderes de los partidos, ex primeros ministros, generales y miles de veteranos de guerra guardan dos minutdos de silencio ante el cenotafio de Whitehall. Todos van vestidos de negro y con una amapola roja en el ojal de la chaqueta.
Es el día de los Glorious Dead que empezó a conmemorarse al terminar la Gran Guerra el 11 de noviembre de 1918. En Francia, la ceremonia tuvo lugar en Verdún donde el presidente Sarkozy y el príncipe Carlos de Inglaterra honraron a los caídos en el conflicto de hace 90 años.
El 11 de noviembre es la fiesta de los veteranos en Estados Unidos. La imagen del presidente electo Obama abrazado a un combatiente de Iraq que perdió las dos piernas en 2004 es la muestra sarcástica de la bestialidad de las guerras.
Me produce tristeza este aniversario que refleja la perversidad de las guerras del siglo pasado que convirtieron a Europa en la casa de los muertos. Recuerda Steiner en su librito La idea de Europa, que entre agosto de 1914 y mayo de 1945, desde Madrid hasta el Volga, desde el círculo ártico hasta Sicília, unos cien millones de hombres, mujeres y niños murieron a causa de la guerra, el hambre, la deportación y las matanzas étnicas.
Fue la primera guerra de los pueblos en la que las víctimas civiles, ajenas a las decisiones y causas del conflicto, pagaron muy cara la frivolidad de los políticos y militares al empezar las hostilidades. Todas las guerras, aquella también, empiezan con entusiasmos colectivos.
Pocos reaccionan con el silencio como es el caso del filósofo Walter Benjamin, muerto en Port Bou en 1940, que prefirió callar en vista del entusiasmo que suscitaba el enfrentamiento bélico. Otros muchos, intelectuales también, se pronunciaron concentrados en las calles para exteriorizar su júbilo.
El líder socialista francés, Jaurès, se declaró contrario a la guerra pensando en los miles de muertos que segarían a toda una generación de europeos. Poco después sería asesinado en un atentado contra su persona.
Es significativo que en todos los pueblos de Francia el monumento a los caídos se levantó después de la Guerra de 1914 a la que se añadieron una generación después los que cayeron en la Segunda Guerra Mundial. Todas las guerras han pretendido sin conseguirlo ser las últimas.
También la Gran Guerra quería ser la que pondría fin a todas las guerras sin tener en cuenta que utilizando un argumento bélico no se alcanza la paz, a lo sumo, se consigue una tregua. Aquella guerra fue la consecuencia de una crisis de moral de civilización que todavía perdura cuando se piensa que la fuerza es el único instrumento para garantizar la paz.
El mismo Bush acaba de aceptar implícitamente que se equivocó en Iraq.
jueves, noviembre 13, 2008
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4 comentarios:
Sr.Foix: Todas las guerras son igual de absurdas, sólo varían las excusas que nos buscamos para iniciarlas, con razón decía Hipócrates que en ellas sólo aprenden los cirujanos.
A veces me felicito por pertenecer a una generación que no ha conocido la guerra en carne propia y me pregunto si conseguiremos llegar hasta el final sin conocerla. Otras me digo que esto no es cierto y que solo una visión distorsionada y de corto alcance me permite ignorar que las barbaridades de la segunda mitad del siglo veinte (y lo que llevamos del veintiuno) casi igualan a las de la primera.
///ENRIC///
En Afganistan se libra también una guerra y nadie se quiere dar por enterado.
Lluís, vaya pastel le ha dejado Bush en Iraq a Obama.
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