Siempre con Estados Unidos, nunca sin Francia y no levantar nunca la mirada de Rusia. Así resumía la política exterior alemana el canciller Helmut Schmidt, en los duros tiempos de la guerra fría. Rusia, la Unión Soviética después, ahora nuevamente Rusia, ha condicionado la política europea y mundial desde hace dos siglos.
Parecía que la desmembración del imperio soviético era el punto final de un expansionismo constante que se remontaba XVI y que había llevado a un famoso general a proclamar que no estaría nunca tranquilo hasta que hubiera soldados rusos en los dos lados de la frontera.
Rusia ha despertado de la humillación sufrida por haber perdido, sin que mediara guerra, 14 repúblicas de sus vastos territorios. Y lo está haciendo como en los mejores tiempos, por la fuerza y sin contemplaciones. Como los persas, los atenienses, los romanos y los imperios europeos del siglo pasado.
Estados Unidos y Europa no pensaron que Rusia se recuperara por mucho tiempo. El proceso democratizador se ha producido en medio de grandes escándalos de corrupción desde los tiempos de Eltsin y luego de Putin.
La guerra contra el terrorismo después de los atentados del 11 de septiembre dio pie a que los americanos instalaran bases y despacharan tropas a Asia Central al amparo del miedo que las nuevas repúblicas puedan tener para volver a ser controladas por Moscú. La Unión Europea ha incorporado a todos los países del Pacto de Varsovia, desde las repúblicas bálticas hasta Rumania. Muchos de ellos forman parte de la OTAN o aspiran a ingresar en la Alianza, que ya no sirve exactamente para lo que fue creada sino que se ha convertido en el brazo militar de Estados Unidos y también de Europa.
La crisis de Georgia hay que enmarcarla en la pugna entre Rusia que quiere recuperar su influencia y, si es posible, su control en los países que hasta hace muy poco eran suyos, y Occidente que pretende hacer lo mismo en unas tierras por las que fluye el petróleo en abundancia y desde los que se puede frenar cualquier nuevo expansionismo del Kremlin.
Es comprensible que la Europa del Este, ahora vinculada por derecho propio a la UE, busque alianzas militares con Estados Unidos y que piensen lo mismo en Ucrania, en Georgia y en otras repúblicas centroasiáticas. Pero Rusia no va a ceder porque vuelve a ser fuerte. No por sus divisiones acorazadas sino por la energía que puede dejar a oscuras a media Europa. Nunca ha sido prudente infravalorar a Rusia.
lunes, septiembre 01, 2008
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4 comentarios:
Sr.Foix: Si Europa hace la vista gorda a casos como el del asesinato de Magomed Evloyev, para no molestar a los gobernantes rusos y asegurar el suministro energético, entonces mejor que nos vayamos preparando para la que nos caerá, lo tendremos merecido.
No es tan sencillo, Bartolomé. Cierto que Europa no puede hacer la vista gorda ante los métodos neo-stalinistas de la Rusia de Putin para con políticos y periodistas (la lista es ya escandalosa: Magomed Yevloyev, Alexander Litvinenko, Anna Politkovskaya, Viktor Yushchenko, etc.); definitivamente no puede homologarse como una democracia occidental. Pero fue una necedad creer que el antiguo imperio ruso fuera a disolverse como un azucarillo tras la caída del telón de acero, como pretendía el enterado que pronosticó "el fin de la historia". ¿Tenían que quedarse los rusos tan tranquilos y humillados viendo como la NATO les ponía cerco?. Putin y su camarilla son unos oligarcas odiosos a los ojos de las democracias occidentales, pero han devuelto el orgullo a los rusos y tienen el pueblo detrás. Sería necio olvidarlo. Hay quién ya hace comparaciones con Alemania y el tratado de Versalles...
Por otro lado, ¿no ha sido mirar para otro lado lo que Europa ha hecho con Abu ghraib o Guantánamo, los campos de prisioneros y los vuelos de la CIA?
PS: ¿Ha desaparecido la última entrada del blog? (?)
Brian, El post anterior lo eliminé porque no supe resolver los problemas que mostraban un texto ilegible. Disculpas.
Foix
Lluís, si no tosemos a Rusia ahora ya no la toseremos nunca.
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