jueves, octubre 11, 2007

El desprecio de la razón

He terminado estos días el extenso y divulgativo libro El Mundo Clásico, la epopeya de Grecia y Roma, de Robin Lane Fox (Crítica). Es un paseo por la civilización de la que venimos, con sus contradicciones, sus éxitos y fracasos, las guerras y las muertes de miles de hombres.

Me han interesado especialmente los perfiles finales de Plinio el Viejo y de su sobrino, Plinio el Joven, que compartían su interés por la política, su admiración a Cicerón que fue asesinado por los partidarios de Marco Antonio al que le dedicó sus famosas Filípicas, su desprecio por las intrigas romanas y sus escapadas al campo en el que poseían varias mansiones y tierras cultivadas por millares de esclavos.

La Historia Natural de Plinio el Viejo fue un referente para estudiar los comportamientos de la naturaleza a lo largo de los siglos. Gozaba de la sombra estirada que le proyectaban los cipreses a su alrededor y observaba los frutales, laureles, plántanos y viñedos que contemplaba desde sus lujosas villas.

Murió, como se sabe, aquel fatídico 24 de agosto del año 79 cuando el Vesubio escupió por su cráter la muerte y el horror que sepultaron las ciudades de Pompeya y Herculano. Plinio el Viejo se acercó para comprobar aquel macabro espectáculo de ira natural y para socorrer algunos amigos que vivían en las laderas del volcán en la inmensa bahía de Nápoles. Parece que murió asfixiado por los gases que se apoderaron de toda la bahía napolitana. Plinio el Joven contó las últimas horas de su tío en una carta a Tácito escrita 27 años después.

Lo que nos ha llegado de aquel mundo clásico es la visión de las minorías selectas, cultas, ricas y casi siempre senatoriales, militares, sectarias a favor del poder del momento y sin piedad en la conspiración y crítica contra los que gobernaban sin contar con ellos.

Los dos Plinios nos ofrecen un paisaje humano contradictorio. Por una parte participaban de los favores imperiales y se alineaban en las intrigas romanas pero, por otra, recomendaban la sencillez, los valores de la pequeña Italia del norte, de la región de Como, lejos de la corrupción y la demagogia de las minorías que agitaban las siempre turbias aguas políticas del imperio.

Recurrían a la racionalidad y al sentido común. Se debería estudiar un día la masa de resentimientos que impulsan a la inteligencia contemporánea a desdeñar la razón y la verdad en favor de la pasión y el odio.

Aun a riesgo de repetirme quiero insistir en que el mundo no podría existir si no fuera tan sencillo. Una sencillez que está al alcance de cualquiera si estos días se da una vuelta por los campos que entregan los frutos con una puntualidad inexorable, tras sequías o lluvias, con vientos o días de sol, agotando el ciclo estacional que está a punto de desnudar a todo árbol de hojas caducas.

Me impresiona la variedad de higos que van madurando gradualmente durante semanas, sus gustos exquisitos y distintos, su flacidez mustia cuando nadie los recoge y acaban destripados y aplastados en el suelo. La variedad de los viñedos refleja el notable ingenio de los modernos agricultores que cuidan las uvas con el mimo con que el pastor guardaba las ovejas.

Los olivos empiezan a decantar sus ramas con aceitunas cada día más amarillentas hasta pasar el definitivo color negro de mediados de noviembre. Los manzanos muestran la fruta madura que no pudo recogerse en anteriores visitas. Las almendras se han abierto y esperan una leve sacudida para desprenderse del árbol. Nada que ver con las trifulcas urbanas.

2 comentarios:

BartolomeC dijo...

Sr.Foix:Albert Einstein decía que si la intención es describir la verdad, hay que hacerlo con sencillez y terminaba "la elegancia déjasela al sastre". Hoy en día hay gente que piensa que hay que vestir de Armani o Prada para ser culto, la cultura es ante todo sencillez, la elegancia está bien, pero es otra cosa. Petronio era amante del lujo , con buena percha y muy elegante, pero aunque era escritor y medró adulando a Nerón, culto lo que se dice culto, muy poco.

Leon dijo...

He empezado el libro de Robin Lane Fox hace un par de días y me está gustando mucho. Es muy ameno, no tanto como el Historia de Roma de Montanelli, pero sí me estoy enganchando.