No imaginaba Ernest Hemingway cuando escribió la célebre novela “Adiós a las armas” en 1929 que llegaría un día en que el título de su obra se materializaría de forma muy distinta a sus experiencias como voluntario para conducir ambulancias en Italia durante la Gran Guerra de 1914.
Hemingway sería transferido al ejército italiano resultando herido de gravedad. Después de la guerra fue corresponsal del “Toronto Star” hasta que se marchó a vivir a París, donde los escritores exiliados Ezra Pound y Gertrude Stein le animaron a dedicarse a la literatura. Pasó largas temporadas en Florida, en España y en África. Regresó a España durante la Guerra Civil como corresponsal de guerra, trabajo que continuó en la Segunda Guerra Mundial.
Conoció en directo la brutalidad de las armas. En España le estallaron dos bombas en su hotel, un taxi le acercó a la muerte en medio de un apagón de los bombardeos y en 1954 su avión se estrelló en África. Murió en Ketchum (Idaho) el 2 de julio de 1961, suicidándose con un tiro de escopeta.
No sospechaba Hemingway que el lenguaje y las imágenes servidas en tiempo real a todo el planeta llegarían a ser tan importantes como las armas. El premio Nobel de Literatura (1954) reflejó en sus novelas a hombres y mujeres despojados de los valores en los que antes creían pero que seguían viviendo despreciando toda forma de cinismo excepto sus necesidades afectivas. Había otros tipos, de carácter simple y emociones primitivas, como los boxeadores y los toreros, luchando por causas banales en batallas absurdas.
“Adiós a las armas” es una historia sentimental entre un oficial sanitario americano y una enfermera inglesa que trabaja en medio de los devastadores efectos de las armas de los dos bandos.Las guerras no las preparan y organizan los pueblos. Son los reyes de antaño, los políticos de ahora, los intereses del momento, los que organizan las matanzas de hombres, mujeres y niños.
En estos días de dramático conflicto entre Israel y sus vecinos surge la fuerza del lenguaje y de las imágenes que demuestran que detrás de cada acción de guerra hay numerosas personas que abominan la violencia y que desde la clandestinidad que ofrece Internet establecen un diálogo fluido, amistoso, humanizado, mientras las bombas o los misiles caen en los dos campos sembrando la muerte y la destrucción.
Recuerdo las escenas descritas por George Orwell en su “Homenaje a Cataluña” durante la Guerra Civil española en las que soldados nacionales y republicanos se reunían en tierra de nadie en los llanos leridanos para intercambiar cigarrillos o para jugar esporádicos partidos de fútbol.
En el sur de Líbano y en Israel fluye estos días un diálogo entre gentes que no podrían saludarse a la luz del día. En la blogosfera, compuesta por cientos de miles de “bloggers” diseminados por el vasto mundo, también se está librando esta guerra que no es con armas sino con palabras, con razones, con insultos a veces, pero siempre manteniendo abiertas las vías de comunicación que los gobiernos mantienen cerradas a cal y canto.
Me imagino que muchos de ustedes pensarán que son visiones fabuladas de un periodista que en el mes de agosto no sabe de qué escribir. Les puedo asegurar que no es así. Hay un mundo subterráneo, sin fronteras, que mantiene conectada a toda la humanidad en tiempo real y sin distancias, que hace circular las ideas y la información que va teniendo tanta fuerza como las de las armas y los ejércitos.
No sé si el mundo que nos aguarda será mejor o peor. Lo que sí se percibe es un cambio radical en las costumbres, en el entretenimiento, en la paz y en la guerra y, sobre todo, en las relaciones entre los que toman las decisiones y los que las tendrían que aceptar.
jueves, agosto 03, 2006
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1 comentario:
No es tan raro lo que dice. Al final no dejamos de ser personas. Yo no sería capaz de distinguir físicamente a muchos soldados israelíes de los milicianos libaneses.
Eso que cuenta de Orwell recuerda la tregua de navidad de 1914 entre soldados ingleses y alemanes.
Firstworldwar
Wikipedia
Esperemos que no se destruya ese mundo subterráneo del que habla.
un saludo
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