El misterio penetra el ambiente y la sensibilidad de miles de millones de personas en estos días. Para los cristianos es un misterio la pobreza que rodeó al que estaba destinado a salvar el mundo. Es un misterio que los poderosos de su tiempo no se dieran cuenta de lo que pasaba a su alrededor. Es un misterio que haya tantos pobres, tantas injusticias, tantas mentiras y tanta maldad. Pero también es misterioso que el bien acabe sutilmente invadiendo el territorio del mal y acabe ganando la batalla.
Decía el filósofo Jean Guitton al presidente Mitterrand cuando le visitaba de escondidas y de noche en su apartamento de París y le preguntaba “qué hay más allá”. Guitton le respondía que no lo sabía pero que entre el absurdo y el misterio se quedaba con el misterio. El gran revolucionario de la ciencia en el siglo pasado, Albert Einstein, decía que lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio. Es la fuente, añadía, del arte y la ciencia verdaderos.
Es un misterio que los que quieren imponer el bien hagan tanto mal sembrando la confusión en las gentes. El misterio es el encuentro con lo desconocido, la convicción de la limitación de cada uno ante la incomprensión de la realidad. Es un misterio el poder de las ideas que son alimentadas en el silencio del estudio y la reflexión de un académico y que pueden transformar o destruir una civilización. El mal tiene mucho campo abonado.
Pero la honestidad, la lucidez, el valor y el desinteresado amor por la verdad, el considerar al otro como propio, el pensar que los demás tienen también derechos, que piensan, que sufren, que aman y que comprenden son más poderosos que la maldad. El gran acto de fe se produce cuando el hombre decide que no es Dios. Que es insuficiente, que depende de los demás, que no impone sus criterios a los que no piensan como él. Que tiene muy en cuenta el valor de la vida y la fuerza de la libertad. Que es cómplice activo de las preocupaciones y sufrimientos de los otros.
También de sus momentos de gloria.
Es el misterio de la Navidad que proclama que es posible alcanzar una cierta cota de felicidad sean cuales sean las circunstancias que nos rodean. Cuando Cristo nació en Belén había un orden romano que lo dominaba todo. Había estabilidad. Pero también había opresión para aquellos que no aceptaban la única autoridad del César. Se perseguía a aquellos que se atrevían a pensar por su cuenta y no asumían la verdad que venía del Augusto. Había muchos esclavos entre los que no gozaban de la ciudadanía romana. El bien y el mal viajaban juntos, se entremezclaban, se confundían.
El misterio parecía entonces indescifrable. Igual que ahora. Pero la aventura del espíritu siguió su curso y ha ganado finalmente todas las batallas desde entonces. La aventura de la acción puede transformar muchas cosas. Pero es más poderosa la aventura del espíritu, de la razón, de la justicia, de la verdad y de la solidaridad. Es la que acaba transformando a las sociedades de todos los tiempos.
Misteriosa Navidad que nos recuerda que el bien es más fecundo que el mal. Aunque parezca lo contrario.
viernes, diciembre 24, 2004
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