lunes, diciembre 26, 2005

La tristeza invernal de los olivos

Los olivos amanecen tristes, helados y llorosos. Es al rebasar La Panadella el primer día de invierno cuando adviertes que el sol suave mediterráneo se convierte en una estampa escarchada que cubre todos los rincones del paisaje rural.

No es nieve sino dos centímetros de hielo que como un inmenso mantel blanco cubre los tejados, los árboles todos, la hierba de los campos, los viñedos desnudos y los hilos finos de los tendidos eléctricos. El humo de las chimeneas es el testimonio de que la vida sigue bajo la omnipresente niebla que produce una luminosa oscuridad.

La niebla que descansa sobre los llanos leridanos no se espanta cuando su humedad se traduce en hielo mientras las temperaturas bajo cero persisten horas y días en todo el territorio. Llega de repente y permanece sin intención de abandonar el paisaje hasta que los vientos la escampan y se esfuma con la misma rapidez que llegó.

Es la niebla que ha hecho de los leridanos personajes resistentes, desconfiados, sufridos y pícaros. La niebla heladora, “gebradora”, es silenciosamente traidora. Su fría quietud es la que mata los olivos cuando en las extremidades del cauce del Segre se mueve, sube y baja, deja penetrar el sol unas horas y vuelve a aposentarse al caer el día para cubrir las ramas de los olivos de una frágil costra de hielo que puede destruir las hojas indefensas de las plantaciones.

El olivo tiene fuertes raíces, casi eternas, resiste las inclemencias del tiempo, supera las sequías largas y es exhuberante cuando las lluvias de invierno y primaverales son generosas. Pero es en estos días de nieblas furtivas cuando sus hojas pueden despertar mustias y pardas al aparecer las bonanzas de finales de febero.

El mal está hecho y la regeneración puede tardar dos o tres años. El olivo, ese símbolo del trabajo duro, suave y maravilloso, que es la esencia agrícola de las dos vertientes del Mediterráneo, que ha ungido a reyes y que ha compuesto las coronas de los triunfadores, está llorando estos días.

El llanto es de miedo. No se sabe si la niebla heladora habrá secado sus hojas, si habrá podido superar las temperaturas matinales que descienden a diez grados bajo cero. Es una incógnita que ocupa las conversaciones de los propietarios de los campos que matan el tiempo jugando a las cartas en el café o alargan charlas con alarmantes variaciones sobre el mismo tema.

Los pesimistas hablan de que lo ha matado todo mientras que los optimistas recurren a la historia vivida para tener una cierta luz de esperanza.

El invierno del año 1956 fue devastador. En los setenta las heladas secaron las hojas de los olivos en dos ocasiones. La última sacudida, la de 2001, fue tan terrible que se invoca estos días como un tenebroso precedente. La tranquilidad o la siniestralidad la veremos en las próximas semanas. De momento sólo cabe esperar a que despeje y el suave sol invernal vuelva a adueñarse del interior del país.

La niebla heladora agrupa en bandadas a los pájaros negros y delata a los conejos y las liebres que dejan huellas suaves sobre los sembrados que permanecen quietos en estas largas noches blancas. Los cazadores siguen sus pisadas con excesiva facilidad.Los olivos lloran estos días. Su futuro inmediato está en juego. Pero no su existencia que atraviesa los siglos y permanece.

Sófocles decía del olivo que “nacido de sí mismo e inmortal, sin miedo a los enemgios, su fuerza intemporal desafía a los pícaros, jóvenes y viejos, pues Zeus y Atenea lo guardan con ojos que nunca duermen”.

No voy a invocar a los dioses más poderosos del Olimpo. Pero sí que porfío que lleguen ya los vientos y se lleven cuanto antes esta amenaza tan real y que liberen a los olivos, los jóvenes y los milenarios, de una muerte pasajera, muerte de las dos o tres próximas cosechas.

miércoles, diciembre 21, 2005

El dolor de los demás, el nuestro

Resulta difícil escribir en caliente sobre el dolor de los demás. No se puede expresar en palabras. El dolor de los más cercanos a la mujer asesinada gratuitamente en el que era su refugio en un cajero automático de un barrio de clase media barcelonés.

El dolor de los padres de los asesinos. El dolor colectivo de una sociedad que se considera avanzada, progresista y humanista. Incluso me cuesta valorar el arrepentimiento de los jóvenes cuando han declarado que no pensaban ir tan lejos.

No pretendo sermonear sobre una tragedia humana a modo de reflexión navideña.

El mal circula libremente por todos los ámbitos personales y colectivos. Dostoievsky ha escrito páginas memorables sobre lo que pasa por la conciencia antes, durante y después de cometer un mal que afecte tan directamente al otro hasta el punto de eliminarlo físicamente.

Pero si el mal actúa con tanta impunidad y ligereza, también el bien sale a su encuentro y le planta cara, acaba ganándole, aunque los daños causados sean irreparables. Me ha impresionado de este crimen la gratuidad, incluso la aparente diversión de los asesinos, mientras cometían la barbaridad.

No vale el decir que los autores procedían de barrios marginales como los que asesinaron a los joyeros de Castelldefels. Ni que carecieran de la formación básica a la que tienen acceso todos los jóvenes.

Me da la impresión de que las leyes de educación, las ordenanzas sobre el civismo, los códigos de conducta por los que nos regimos, están fuera del registro real. La juventud no se educa con leyes sino con valores. Pero con valores que estén avalados por las conductas de los que sin ningún pudor nos dedicamos a decir lo que está bien y lo que está mal.

El valor del esfuerzo está desprestigiado. También el del respeto al otro, el de la libertad de los demás y el de la compasión. Hemos creado una juventud hiperprotegida. Estamos generando monstruos pensando que construimos genios. ¿Y si habláramos de una vez del efecto destructivo de las drogas?

Nada es nuevo. Nuestro Ayuntamiento dicta normas cívicas citando a indigentes y mendigos como si no fueran personas. Me cuesta aceptar que las autoridades municipales y autonómicas no dieran a conocer el asesinato hasta varias horas después de haberse perpetrado el crimen.

¿Por qué? Quizás porque no sabían qué decir en vísperas de la aprobación de la ordenanza municipal. O quizás por no hacer evidente que la responsabilidad es colectiva.

lunes, diciembre 19, 2005

Alemania, motor europeo

El poder de persuasión y pertenencia de la Unión Europea no depende de las presidencias que van cambiando cada seis meses. Ni de los presupuestos tan ruidosamente aprobados cuando están en juego los intereses. Ni siquiera de las pugnas entre grandes y pequeños, nuevos y viejos, ricos y pobres, insulares o continentales.

El poder de persuasión de la Unión es el que exige a todos los miembros que acaten las mismas normas en un marco jurídico homogeneo en el ejercicio de los derechos y deberes. Monnet creó una máquina de alquimia política. Cada país perseguiría su interés nacional, pero una vez que los diferentes intereses nacionales se introdujeran en la caja negra de la integración, por el extremo opuesto aparecería un proyecto europeo.

No es tan fácil ni tan simple. Pero una mano invisible ha hecho que la Unión Europea sea un intento de construir una sociedad ordenada a partir del interés nacional de cada país.El año que termina ha sido complicado para la Unión. Objetivamente cabría calificarlo de muy negativo. Francia y Holanda votaron no a la Constitución. La presidencia británica fue inaugurada por un brillante discurso de Tony Blair en Bruselas pero la realidad de su mandato ha sido mediocre.

Han entrado diez nuevos estados, la mayoría de los cuales vivían hace quince años sin libertades y sujetos a economías que despreciaban el mercado. Armonizar los intereses de veinticinco estados con productos de interior brutos tan desiguales, como los seis mil dólares per cápita de Letonia hasta los más de cincuenta mil de Dinarmarca, según cifras del anuario “The Economist, The World in 2006”, no es fácil. Casi parece imposible.

A pesar de todo, a pesar de los contratiempos del año que termina, a pesar de las pugnas nacionales, la Unión Europea sigue adelante porque no es únicamente un proyecto económico sino un intento de hacer de Europa un lugar común de convivencia, de equilibrio social y un modelo de solidaridad entre naciones, con todas sus carencias y dificultades.

La aparición de Angela Merkel en el escenario político europeo puede contribuir a que el proyecto salga del pesimismo instalado en muchos gobiernos. Tanto de los de la vieja como de la nueva Europa. Se aprobó finalmente el presupuesto de 2007 a 2013. Y todos parecen satisfechos, incluso Tony Blair que tiene serios problemas para convencer a los británicos.

No sé lo que dará de sí la señora Merkel como canciller de un gobierno en el que sus adversarios políticos tienen tanta fuerza como ella en el seno del propio gabinete. Pero su presencia en la última cumbre europea ha roto los bloques de cemento que se habían construído alrededor del eje franco alemán como si no existiera otra alternativa europea que no pasara por Chirac y Schröder.

Angela Merkel ha conseguido reconstruir puentes caídos en las tensiones de los últimos dos años. En su conferencia de prensa dijo que trataba a todos los miembros de la Unión con el mismo respeto, ya fueran grandes o pequeños, ricos o pobres. Su mensaje fue que las mayorías simples son irrelevantes, lo que importa es crear un buen clima de entendimiento entre todos.

La canciller alemana representa al país que con más generosidad ha contribuido al éxito de la Europa actual. Ha sido contribuidor neto desde el comienzo. Y puede seguir siéndolo situándose en el centro de los intereses económicos y políticos de toda la Unión. Europa ha crecido y se ha consolidado superando las crisis. La última, la ampliación y el reparto del presupuesto, es la más compleja de todas. El futuro de Europa pasa por la generosidad y el agradecimiento de todos. Merkel sigue la senda de Kohl, Schmidt y Adenauer. De Mitterrand, de Giscard D'Estaign y de González.

viernes, diciembre 16, 2005

Navidades fraternales

Es tiempo de reconciliación y de buenos deseos. Llega la Navidad. Hoy he acudido, como cada año, al almuerzo convocado por un partido político. El de este mediodía ha sido CDC , Convergència que no Unió, que pasa por momentos dulces.

La semana próxima será el PSC y en el interludio los populares, los republicanos y los de la izquierda verde van a encontrarse masiva o selectivamente con los opinadores de más relumbre del país.

Es una costumbre mediterránea, no sé si más catalana que siciliana, que en tiempos de Jordi Pujol adquirió carácter institucional. Cada Navidad el president reunía a más de doscientos periodistas en el Salón de Sant Jordi de la Generalitat.

Buena escudella, mesas perfectamente alineadas por orden de importancia de los medios, discursos oficiales, buenos deseos, respuesta del decano del Colegio de Periodistas... La sesión se levantaba pasadas las cinco de la tarde.

Agradezco la deferencia de los partidos en invitarme a la mayoría de estos encuentros de buena voluntad. Navidad es una oportunidad única para desearse lo mejor.

El tripartito ha cambiado esta cultura. No hay almuerzo oficial de Navidad. Pero los socialistas me han invitado a un restaurante de varios tenedores la noche del próximo miércoles.

No voy a cambiar, Dios me libre, una cultura que puede considerarse ancestral. Los convergentes nos han obsequiado con una botella de cava para contrarrestar el boicot que circula por las Españas. Artur Mas nos ha deseado felices fiestas. Todos hemos brindado. Y todos brindaremos el próximo miércoles, seguramente con José Montilla como anfitrión.

Atisbo que esos encuentros son perjudiciales para la salud política del país. Primero porque alguien paga esos almuerzos que, en el caso de CDC, se ha celebrado en el mítico Majèstic, ¿se acuerdan?, aquel hotel en el que Aznar y Pujol sellaron el pacto de legislatura de 1996 y que se prolongó hasta 2001.

Segundo porque a ninguno de nosotros, unos sesenta, se le ha ocurrido preguntar algo tan simple como qué piensan los anfitriones sobre la financiación de los partidos. Sospecho que esta fiesta de fraternidad no habrá salido por menos de unos cuatro mil euros.

Tercero porque las relaciones entre políticos y periodistas tienen que ser distantes y separadas. Estas relaciones se deben medir en el Parlamento, en la acción de gobierno o de oposición, en los diarios, en las radios y en las televisiones.

No me importa repetir lo que ya he sacado a relucir en días recientes. Cataluña es como un gran circuito de Montmeló en el que políticos y periodistas circulamos a gran velocidad, nosotros solos, sin tener demasiado en cuenta lo que piensa el gran público que desde las tribunas observa con paciencia y fascinación el espectáculo que no siempre guarda relación con sus intereses concretos.

No me imagino este tipo de encuentros en Inglaterra, Estados Unidos, Francia o Alemania. Pero los mediterráneos somos así. Calidad de vida y fraternidad, un saludable estado del bienestar para los que disfrutamos corriendo en Montmeló. Es una delicia.

miércoles, diciembre 14, 2005

El régimen de Irán es un problema

El presidente de Irán lo ha repetido en tres ocasiones desde su elección en el mes de junio. Mahmoud Ahmadinejad empezó diciendo que había que borrar a Israel del mapa de Oriente Medio, luego propuso que se entregara a los judíos algún territorio en Europa, Canadá o Alaska para que pudieran establecer su país y, por fin, ha afirmado que “los europeos han creado el mito del Holocausto que ha permitido a Israel situarse por encima de Dios, de la religión y de los profetas”.

Las declaraciones de Ahmadinejad han provocado el rechazo de la comunidad internacional y una condena rotunda de las Naciones Unidas. Pero el presidente iraní insiste en su discurso al tiempo que se dispone a proseguir con el programa nuclear que podría conducir a la consecución de la bomba atómica.

Las señales de alarma se han encendido, por si no hubiera ya muchas sirenas sonando para apagar los fuegos provocados por la inestabilidad, la violencia y el terrorismo en la zona después de la lamentable invasión de Iraq.

No merecen más comentario las obsesivas manifestaciones del líder iraní sobre Israel. Son inaceptables. Porque son injustas y porque es muy improbable que sus amenazas puedan cumplirse. Negar la existencia del Holocausto es un insulto a la inteligencia y una burla grotesca a la memoria de millones de judíos que fueron exterminados porque eran judíos.

Ahmadinejad puede que hable para su parroquia en la línea de la revolución que en enero de 1979 el ayatollah Jomeiny derrocó el régimen del Sha de Persia, aliado político, militar y económico de Estados Unidos. Aquella revolución ha tenido efectos devastadores para la estabilidad mundial y fue la avanzadilla ideológica de los fundamentalismos de corte islámico que han sacudido a Occidente con la perversa marca de Al Qaeda.

Los judíos, los que viven en Israel y los que residen fuera, han de dominar la memoria para no convertirse en rehenes de ella. Pero esta amenaza no es retórica ni demagógica. Va directamente contra la existencia del estado de Israel y contra la seguridad de Europa y Estados Unidos.

Irán es un país con mucha historia y con un gran potencial cultural y económico en Oriente Medio. Un presidente temerario como Ahmadinejad es un peligro para la zona y para el mundo que no puede contemplar con indiferencia este tipo de declaraciones incendiarias.

lunes, diciembre 12, 2005

Hay derechas y derechas

No sé si David Cameron se convertirá en el próximo primer ministro conservador británico. Es un elitista educado en Eton y en Oxford, feudos de minorías selectas que, junto con Cambridge, han suministrado la gran mayoría de las clases dirigentes británicas.

Allan Clark decía que Eton “es una prematura introducción a la crueldad humana, a la traición y a la dureza física extrema”. Una exageración. Pero para el duque de Wellington, en los campos de rugby de Eton, cerca del castillo de Windsor, se ganó la batalla de Waterloo.

Bernard Shaw, el corrosivo dramaturgo irlandés, lo resumía de otra manera: “cuando escuchas a un inglés que habla con el acento de Eton, ya sabes el sueldo que cobra”. Clasismo en estado puro.

El conservadurismo británico no lo inventó la señora Thatcher. Ni siquiera Benjamin Disraeli en el siglo antepasado. Es una tradición arraigada que tiene sus orígenes intelectuales en Edmund Burke, autor de las “Reflexiones sobre la Revolución Francesa”, un texto que contribuyó a que el modelo que Napoleón quiso extender por toda Europa no llegara a Inglaterra que siguió su particular singladura política, al margen de la Revolución Francesa, y dominó las tierras y los mares durante dos siglos.

Los conservadores ingleses han sido patriotas. No por razones esencialistas o simbólicas sino prácticas, por intereses concretos. Han seguido a Burke cuando decía que “los parlamentarios no están para representar mi voluntad sino para que arbitren un sistema que resuelva los conflictos de intereses”.

Para los conservadores británicos el Estado ha sido la articulación jurídica de la sociedad en un determinado tiempo histórico para resolver los intereses contrapuestos surgidos en su seno.

La sociedad británica es conservadora porque tiene mucho que conservar. La izquierda dogmática, desde Hugh Gaitskell hasta Harold Wilson y James Callaghan, no se convirtió en un partido natural de gobierno hasta la llegada de Tony Blair que en vez de cambiar el país cambió el partido.

Cualquiera que sea su final político habrá llevado al laborismo a gobernar Gran Bretaña casi doce años. Insólito.

El discurso de Blair ha concentrado más su atención en la gente que en el partido. Ha sido fiel al empirismo y, con todos sus errores, ha ganado tres veces consecutivas las elecciones generales. Su desgaste es fuerte y es probable que tenga que apearse del poder antes que termine la legislatura y sitúe en Downing Street a su correligionario, adversario y actual ministro de Economía, Canciller del Exchequer, Gordon Brown.

Ahora sale David Cameron, de 39 años, con un perfil aristocrático, después de cuatro líderes conservadores que se han estrellado contra el pragmatismo de Tony Blair. Cameron quiere levantar las crostas del conservadurismo rancio refiriéndose, por ejemplo, a que “nueve de cada diez diputados son hombres blancos y hasta que no tengamos el mismo aspecto del país, no nos votarán”.

No habla de paridad entre hombres y mujeres sino que pide a los “tories” que bajen a la calle, tomen nota de lo que pasa y lo apliquen en la política. En su discurso como líder del partido pronunció una frase definitiva en la línea de Burke: “la sociedad existe pero es distinta del Estado”. El matiz respecto al pensamiento de Thatcher de que “no existe la sociedad, sólo los individuos”, es notable.

Cuando una diputada laborista le espetó el otro día en los Comunes, la acusó de “gritar como una niña” y se dedicó a hablar sobre el futuro y no sobre lo que una vez fue el futuro, refiriéndose a Blair.

Qué diferencia con la derecha española. Aznar, Rajoy, Acebes y Zaplana, por su edad, no pueden ir a Eton. Pero un postgrado en Oxford o Cambridge les iría bien. No les haría más inteligentes pero sí más sensatos.

Una estancia en Oxbridge de los políticos esencialistas catalanes les enseñaría también que los intereses de la mayoría de las gentes no son siempre los suyos.

miércoles, diciembre 07, 2005

Democracia petrolífera venezolana

Me cuesta aceptar que un demócrata como José Bono, ministro de Defensa, no haya hecho comentarios sobre las elecciones legislativas del domingo en Venezuela. Le recomiendo que repase lo que ha publicado Joaquím Ibarz estos días desde Caracas en La Vanguardia. Le pido un comentario.

A Hugo Chávez, líder bolivariano, populista en trance de convertirse en dictador, se le ríen las gracias, se firman contratos para venderle armas y se valora más su potencial petrolífero que su calidad de político democrático. Algo podían decir el presidente Zapatero y el ministro Bono sobre el fraude electoral en Venezuela.

Los espacios de libertad se van haciendo muy pequeños. Chávez controla el poder judicial, el ejército y los medios de comunicación. La participación en las elecciones del domingo alcanzó el 25 por ciento del electorado lo que indica que no tiene el apoyo popular que proclama con su habitual retórica trasnochada. No sería la primera vez que una dictadura naciera en las urnas cuando el vencedor se ha saltado a la torera las reglas de juego mínimas.

Los partidos de la oposición se retiraron de la campaña una semana antes de los comicios. Las razones aducidas eran la introducción de un nuevo sistema tecnológico electoral que informatizaba totalmente el voto, hasta tal punto que se podía averiguar la identidad personal de las papeletas. Insólito.

La oposición lo tiene mal parado. Porque no está en las instituciones y porque es denostada por los medios y por las maratónicas intervenciones públicas de Chávez. El populismo bolivariano, es cierto, arranca de la catastrófica gestión de los dos partidos clásicos venezolanos que habían sostenido una de las más estables democracias latinoamericanas pero que perdieron su crédito cuando se entregaron a la corrupción y se olvidaron del bienestar de los venezolanos.

España ha de mantener relaciones estables con todo el mundo. Y ha de procurar hacer suya aquella frase de Lord Palmerston cuando dijo en el siglo antepasado que "Inglaterra no tiene amigos ni enemigos, sólo tiene intereses".

Pero es exagerado vender armas a Chávez, aunque no sean para la guerra pero pueden utilizarse internamente para perpetuarse en el poder. Si el estilo Chávez se extiende por América Latina las frágiles democracias de la región saldrán perdiendo.

La democracia petrolífera de Chávez le permite enfrentarse con Estados Unidos, confraternizar con Castro y equilibrar las cuentas de los gobiernos de Argentina, Brasil y Uruguay. El socialdemócrata Carlos Andrés Pérez pagó cara políticamente su irresponsabilidad. Pero dejó el poder porque le echaron las urnas. No será tan fácil desprenderse de Chávez.

lunes, diciembre 05, 2005

La banalidad del mal

En las primeras escenas de “Match Point”, la última película dirigida por Woody Allen, aparece fugazmente alguien leyendo “Crimen y Castigo” de Dostoievsky. Ya se vislumbra que se perpetrará algún asesinato y que el criminal, el Raskalnikov de San Petersburgo, entrará en un transtorno psicológico interno en el que al aceptar su culpa quiere intentar reconstruir una vida nueva profundizando en sus contradictorias convicciones religiosas evocando la resurrección de Lázaro.

Busca su redención legal confesando su delito pero quiere su redención moral ante Dios. El asesinato de la vieja de Raskalnikov se comete al principio de la novela en aquella tenebrosa casa de San Petersburgo mientras que en la película de Woody Allen hay dos asesinatos que se perpetran casi al final del relato.

Allen utiliza a Dostoievsky como coartada y no como guión necesario. Juega con el concepto napoleónico de que la suerte hacía buenos a sus generales y no sus dotes militares. No estamos en el siglo XIX sino en el XXI en el que nos viene a decir que es mejor tener suerte que talento.

El ascenso imparable en la alta sociedad londinense de un joven profesor de tenis que consigue enamorar a la hija de un ricachón y situarse como ejecutivo de sus empresas pone de relieve la suerte del personaje al que la pelota tropezó en la red pero cayó al otro lado, es decir, ganó la partida.

La vida sigue de triunfo en triunfo, gustos exquisitos, casas señoriales en la campiña inglesa, cruceros por el Mediterráneo y todo lo que puede colmar las ambiciones de un joven sin gran talento que no esperaba tener tanta suerte en su existencia.

Aparece la segunda mujer, una actriz mediocre americana, bella y frustrada, sobre la que el protagonista vuelca su pasión descontrolada. Pero la doble vida es insostenible desde el momento en el que un embarazo inesperado de la americana sólo puede saldarse con la ruptura con la suerte, es decir, con abandonar la posición privilegiada que había adquirido separándose de su rica mujer.

Y el personaje quiere seguir teniendo suerte y decide salvar su posición cometiendo dos crímenes innecesarios y absurdos.Dostoievsky se movía en el terreno de la moral y de la culpa. Woody Allen reinterpreta a Raskalnikov desde la farsa y el cinismo de una sociedad en el que el “mal menor” es necesario para salvar un falso bien superior.

La coartada le sale perfecta, tiene suerte incluso cuando hay evidencias claras de que es un criminal que preparó a sangre fría sus dos asesinatos con el objeto de no destrozar una familia en la que todo es color de rosa y cuando se revela que también va a ser padre de su afortunada y encantadora esposa.

Hay daños colaterales, él mismo se refiere a ellos cuando aparecen los fantasmas de sus víctimas y le recriminan el mal causado por su frivolidad.

Surge la banalidad del mal, del que escribía Hanna Arendt al hablar de los totalitarismos, cuando se quiere justificarlo por un bien superior, el de una raza, el de una ideología o, en este caso, el de la ambición personal de un personaje que tiene suerte, carece de talento para llegar allí donde ha llegado, pero es un criminal que sale ileso de sus delitos porque la bola, incluso la del anillo que no llega a caer en las aguas del Támesis, se inclina del lado correcto de la red.

No es una comedia delirante de Woody Allen ni un drama divertido a los que nos tiene acostumbrados. Desde la cumbre de los setenta años, Allen pone el dedo en la llaga sobre el mal que sale indemne ahora y en todos los tiempos. A nadie le puede pasar desapercibido que no habla de la suerte que a todos nos sonríe o nos desprecia, sino de la maldad que sigue campando en nuestro entorno en el que el diablo se mueve con soltura y aparentemente siempre gana.

viernes, diciembre 02, 2005

Obsesiones políticas

Lo proclamaba Tony Blair en un discurso interesante al comienzo de la presidencia británica de la Unión Europea en el mes de junio. La gente, decía, observa la política con mucha más clarividencia que los políticos. Por la sencilla razón de que no están diariamente obsesionados con ella.

Blair hizo un gran discurso inaugural aunque el semestre de la presidencia británica ha sido tan mediocre que no pasará a la historia de la Unión Europea. Blair, como muchos políticos europeos, como los nuestros, está obsesionado por cuestiones que no conectan con la sociedad.

Está obsesionado por explicar a los británicos por qué tomó la decisión de ir a la guerra de Iraq en contra de la opinión pública y de espaldas a un número nada desdeñable de sus propios diputados. Es una obsesión que persiguió a Aznar en los últimos tiempos de su mandato hasta llegar al punto de decirnos aquello de “créanme, les digo la verdad, hay armas de destrucción masiva en Iraq”.

Todos tenemos obsesiones contra las que es inútil luchar. Son obsesiones que afectan a nuestro entorno familiar, profesional o social con repercusiones proporcionadas al número de gentes afectadas.

Cuando las obsesiones adquieren rango nacional la siniestralidad suele ser mayor. El tripartito se obsesionó en elaborar el Estatut sin reparar en si su contenido era el más adecuado o si pasaría el cedazo imprescindible del Congreso de los Diputados.

El presidente Zapatero aplicó aquello de que “hay que cerrarlo como sea”, y el Estatut recibió todas las luces verdes posibles. Se cerró y pasó, es decir, llegó a Madrid para su discusión.

Las obsesiones del Partido Popular no se han centrado sólo en el Estatut. Han escogido Catalunya como una obsesión que no les deja ver con claridad lo que está ocurriendo. Han señalado el campanario sin molestarse a subirse a lo alto de la torre para contemplar el paisaje.

La obsesión de Catalunya les ciega. Todos los males vienen de Catalunya, la corrupción es catalana, catalana es la vinculación del Estatut con ETA, los catalanes son los que quieren controlar toda la energía de los españoles.

No pasa nada anómalo en Galicia, en Madrid, en Asturias, en Murcia o en Valencia. El peligro se llama Catalunya, que pretende destruir la sagrada unidad de España. Catalunya ocupa páginas y páginas de los diarios siempre poniendo énfasis en la perversidad intrínseca de todo lo catalán. Es una obsesión como la de aquellos enanos de Tolkien que se pasan la vida discutiendo sobre los pelos de su pequeño gran dedo de los pies.